Y mientras se marchaba, le observé desde atrás, con su espalda curvada, pero de aspecto joven.
Y le vi marchar. Sin más. Una pequeña maleta y gran ilusión por la nueva vida que comenzaba ya.
Yo no podía retenerle. No podía. Ni siquiera pude balbucear una sola palabra con su marcha. Simplemente me quedé mirando mientras se alejaba.
Él tampoco miró hacia atrás.
Él no quería irse. Hubiese preferido quedarse con ella. Pero fui yo quien le animó a hacer lo que quisiera hacer, y no dejarse llevar por el enamoramiento de un principio de ella.
Al final sólo quedó el viento y la brisa y la arena. La playa había sido siempre su refugio.
No miró atrás. No miró atrás. Y yo le miré. Pero ya no me vio. Se había perdido caminando entre la niebla.
Empezaba un nuevo trayecto. Y dejó atrás la playa con su niebla.
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